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Reseña de “La otra casa” de Malena Salazar Maciá
Rubén Rodríguez
Rubén Rodríguez
18/3/2025
Charles Dickens produjo un modelo literario, el de la niñez maltratada y reivindicado por el trabajo honrado, la superación personal y la recuperación de la identidad, notable en algunas de sus novelas, como Oliver Twist y David Copperfield. Otros autores también cargaron la mano, dándole textura al modelo, y el resultado fue singular; crítico y aleccionador, sí; lacrimoso y sufridor, también. La literatura infantil y juvenil (LIJ) del siglo XX, particularmente la de los adelantados países nórdicos, tomó este paradigma con naturalidad y lo desarrolló en obras interesantes de contenido social, humanístico, didáctico... En la LIJ cubana, existe asimismo una zona problematizadora alrededor de los conflictos propios de la edades tempranas y el entorno nacional, con exponentes significativos, por los valores que ostentan. No obstante, aunque respeto estilos y tendencias y reconozco su calidad, confieso que no gusto de aquellas propuestas más descriptivas que analíticas, en las cuales, a la exposición del conflicto o el “trauma” que enfrentan sus personajes, no le sigue una propuesta de resolución, ya que no el final feliz. Como autor de libros destinados a ese público tan peculiar, considero que nos asiste cierta responsabilidad ejemplarizante, sin caer en el didactismo que lastró al género en sus orígenes. Por eso, cuando Malena Salazar Maciá me solicitó que presentara, en la Feria Internacional del Libro de La Habana, su novela “La otra casa”, cuya protagonista, Turalila, habita un hogar para niños sin amparo y proviene de una familia homoparental, tuve miedo de que se tratase de la asunción a ultranza de un tema a la moda. Cauteloso, abrí el libro publicado por Ediciones La Luz y, maravilla!, no hallé maestros malvados, sino educadores “como debe ser” y niños de verdad, no caricaturas. Cada personaje con su conflicto y su razón para que el estado asumiera su custodia. El sueño de estos chicos es, por supuesto, reencontrarse con sus familias, aunque los dos papás de Lila hayan fallecido, la mamá de Herminia asesinara a su padrastro, porque le hizo “algo muy malo” a la muchachita, o la parentela de Joaquín emigrase. Todo narrado en estricto tono realista. Sin embargo, justo cuando a Lila le parece, inesperadamente, una abuela, se produce en el texto lo que, en técnica narrativa, se llama una muda de nivel de realidad y se convierte en una lograda trama de fantasía y ciencia ficción, que apela incluso a la intertextualidad,con efectivas alusiones a conocidos títulos de la LIJ internacional y cubana. A la correcta construcción de personajes y atmósferas, se añade el desarrollo de varias líneas argumentales, que avanzan con buen ritmo sin dejar cabos sueltos, lo que evidencia el oficio de su autora, ganado en conocidas obras anteriores, como “Los errantes”, “La ira de los sobrevivientes” y “El umbral oscuro”, de ciencia ficción, o “Los cantares de Sinim”, de género fantástico. Con mano firme, Salazar conduce la trama rumbo a puerto seguro, y por el camino va dejando las pistas necesarias para que funcione otra técnica: la del dato escondido que se revela al final del cuento. Saberes de astronomía y física, bien justificados dramáticamente dentro del relato, quedan a disposición de los lectores, quienes seguramente agradecerán que la editorial de la Asociación Hermanos Saíz en Holguín haya puesto a su disposición una buena novela para adolescentes, un público exigente y menos atendido que el infantil o el adulto. Cabe celebrar la pulquérrima edición de la novela, a cargo de Adalberto Santos, la corrección por Mariela Varona y el diseño de Robert Ráez, todos del equipo creativo de La Luz, y alabar la sugerente ilustración de cubierta, una obra de Ramón Jesús Pérez de la Peña que debió indicarme, desde el principio, de qué se trataba esta novela, que tenía que presentar por encargo y acabé por “bebérmela”, por el puro placer de leer una historia bien contada. *Publicado originalmente en la sección “Detrás de la Palabra” del Periódico Ahora.