Esta novela fue galardonada con la Beca Dador en 2010. Comienza en voz de Ismael, un ex soldado de 40 años nacido un 4 de julio, quien arriba a su ciudad natal con un ojo de menos y un plan: hacerse de un plan. Pero las puertas que encuentra abiertas no son precisamente las del “paraíso”, si acaso una versión, propia y libre, que no quedará exenta de vicisitudes e imprevistos. Es una historia de amor y muerte, dolor, delito y deleite, de inmigrantes y nativos viviendo al límite. No es una galería o muestrario de perdedores, ninguno de ellos se reconoce como tal, simplemente conviven en los márgenes.

Siete piezas de ficción ganan espacio en la narrativa de la conjetura y la sospecha. Los personajes de Echevarría Peré se trasladan por la marisma de la realidad envueltos en una niebla propia, una suerte de zona franca para la utopía que se mueve junto con ellos, desdibujando los límites entre lo inequívoco y lo ficcional.
Estos relatos rebosan melancolía, imputación, insolencia y desconcierto. La imperecedera trampa de la literatura y sus insondables licencias, tejida con notable aplomo escritural, en un llamado al descreimiento absoluto de toda fe... incluida la fe en la mismísima y pícara literatura.

Es la familia y Cuba resumidas en un libro. Es la necesidad de gravitar/hurgar/indagar/ en la familia y los amigos a pesar de las distancias impuestas ya sea por voluntad propia u obligado por la política y lo político ―tomar partido en medio de un cambio de gobierno o navegar entre dos aguas; el amor y su contrario, la muerte y su contrario; la vuelta atrás: al año cero, al punto cero, a la soledad, la apuesta por la fuga: la muerte, el exilio, el insilio―. Lo vivido por los personajes se antoja algo más que un parpadeo en la historia personal de los mismos, porque todo ocurre dentro de un retablo común: Cuba.